Ecuador, tierra de nadie

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He estado más de 1 hora sentado frente a la computadora, escribiendo y borrando, una y otra vez, sin saber cómo empezar este artículo. ¿Por qué? Porque faltan palabras y sobran emociones, y no precisamente de las positivas. No, sino las emociones que le despiertan a uno las ganas de botar la toalla y decir “hasta aquí llegaste, Ecuador”.

A raíz de la pandemia, Ecuador ha sido víctima, una vez más, de la corrupción de sus gobernantes. Hechos como las coimas cobradas por funcionarios públicos para que personas retirasen los cuerpos de sus familiares fallecidos por COVID, la repartición de hospitales entre las familias mafiosas del Ecuador, ventas de insumos médicos y mascarillas con sobreprecio entre otras cosas, causaron indignación en todos los ecuatorianos, pero muy pocos levantaron su voz. Uno de ellos fue Efraín Ruales.

Efraín era conocido a nivel nacional por su trayectoria como actor y como presentador de televisión, por lo que aprovechó su plataforma en redes para denunciar la corrupción que había en el país. En junio del 2020, publicó un tweet donde decía “le tengo miedo a las pandemias y terremotos, no por la tragedia como tal, sino por los corruptos y sus mañas”. Días después subió un vídeo a Facebook en el que, con la fortaleza de un roble, afirmaba que las amenazas de muerte no lo callarían.

La mañana del miércoles, 27 de enero de 2021, finalmente lo callaron.

Después de salir de un gimnasio donde realizaba crossfit, listo para alistarse en su casa e ir a los estudios de Ecuavisa, dónde presentaba En Contacto, fue abaleado por sicarios en una calle poco circulada de Guayaquil mientras conducía su coche. Así, simple, 4 balas terminaron con su vida en cuestión de milésimas de segundos. Los noticieros solo hablaban de su asesinato, y aunque hubo gente que tuvo que buscarlo en Google para ponerle cara al nombre, la indignación fue generalizada.

¿Cómo puede uno concebir la idea de que son los inocentes quienes deben pagar con su vida por los crímenes de otros?

Y, es que este caso no es el único. Efraín se suma al General Jorge Gabela, al periodista Fausto Valdiviezo, y 33 personas más que han sido asesinadas por denunciar la corrupción del país en los últimos 14 años. Basta, Ecuador. Basta.

Aunque su muerte no tiene, ni tendrá jamás sentido, debe dejar aprendizajes y lecciones aprendidas. ¿No denunciar la corrupción? preguntarán algunos. No, a la corrupción hay que desnudarla, humillarla, y exponerla, y más aún si tenemos la plataforma y las posibilidades de hacerlo. ¿Y si no tenemos el poder mediático para que nuestras denuncias se escuchen? No importa, porque todos, independientemente de nuestro reconocimiento o nuestra condición económica, tenemos un poder mayor en nuestras manos: el voto.

Cada cuatro años, tenemos la obligación de votar por quien será nuestro presidente, y no se trata de elegir por elegir. Es un ejercicio que demanda nuestra máxima atención y meditación. Es un periodo en el cual tenemos que voltear la vista atrás para ver la senda de un camino que sí se ha de volver a pisar si no tomamos las decisiones correctas. 

Ese poder lo tendremos en nuestras manos, nuevamente, el 7 de febrero cuando tengamos que elegir entre, seguir con la misma caterva de delincuentes que buscan despojarnos de nuestras posibilidades, o votar por quien demuestre su compromiso con un cambio. Un cambio que no sea superficial, lleno de promesas demagógicas, sino un cambio real, creando un país en el cual Nachita no debería estar llorando la pérdida de su hijo Efraín, ni su novia Alejandra lamentando y exigiendo explicaciones por tan cruel crimen.

Nuestro deber es escoger a quienes nos dan posibilidades para mejorar nuestra vida, no escoger a quienes les damos la posibilidad de mejorar su vida a través de actos de corrupción y asesinatos no resueltos. 

Me gustaría que Efraín mire a la tierra y sienta que su partida no fue en vano. Me gustaría que esta pesadilla sea la moraleja de una fábula, pero no. Para que una fábula tenga sentido, debe tener personajes animales y empezar con el típico “había una vez”, y, aunque los animales están presentes, esto ya no se trata de “una vez”, sino de varias veces, y en lugar de una fábula, parece una película de terror.

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