Un faro de esperanza

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Llevo 22 años siendo colombiana, y debo admitir que nunca, he vivido personalmente una sola consecuencia del conflicto armado que ha matado y herido a millones de mis compatriotas por más de 50 años.

Soy de ciudad, y crecí con unos privilegios que me han mantenido alejada de las situaciones que han vivido muchos otros de mis conciudadanos. Todo lo que sé del conflicto armado lo he aprendido por medio de las noticias, declaraciones políticas, y de mis estudios.

Ha sido una verdadera fortuna no tener que vivir de primera mano las horribles consecuencias de la guerra, aun así, el ver a mi país desangrarse lentamente durante tantos años, siempre me ha causado tristeza e impotencia, y por ello he tratado de buscar maneras de comprender este conflicto más allá de lo que los medios de comunicación o los políticos me han dicho toda mi vida.

En días pasados, tuve una “oportunidad de oro” para cumplir este propósito. La escuela de Global & Public Affairs de IE University en Madrid, organizó una charla llamada “El Café como Herramienta de Paz”, en la que estuvieron 10 excombatientes de las FARC, ahora reincorporados a la vida civil, contándonos su historia de transformación.

Estos excombatientes, actualmente pertenecen a la empresa española distribuidora de café premium, Supracafé. Ellos decidieron hace unos meses, dar un paso hacia una nueva vida y hoy día se encuentran en un programa de educación sobre el café y su administración, auspiciado por esta empresa y el SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje).

Asistir a esta charla fue una oportunidad indescriptible, que me causó sensaciones que apenas puedo comenzar a describir.

Al principio, cuando entraron los excombatientes a la sala, hubo un silencio incómodo que nos llenó a todos de nervios. Por un lado, a los colombianos que estábamos en la sala, porque por primera vez muchos de nosotros estábamos viendo en carne y hueso a estas personas sobre las que habíamos escuchado tantas historias. Por el otro, los exmiembros de las FARC también se les notaron nerviosos, pues sabían que estaban ante un auditorio, principalmente colombiano, pero en general internacional, que probablemente tendría una imagen negativa de sus acciones del pasado, y una imagen confusa de sus conductas del presente.

Ellos sabían que entraban a esa sala a comparecer frente a nosotros de cierta forma, y que tendrían que convencernos a todos de que sus actos del pasado efectivamente se han quedado allí. Si me preguntan si creo que estos ex combatientes lograron ese objetivo, les diría que no quedé muy segura.

En un principio, puedo afirmar que la charla me mostró una perspectiva diferente sobre el conflicto armado y los acuerdos de paz: la perspectiva humana.

Como lo mencionaba previamente, mi único conocimiento sobre estos temas se basaba en opiniones externas (procedente de la prensa y los políticos). Sin embargo, al escuchar sus historias, pude entender con mucha claridad su forma de pensar y más que eso, pude entender y presenciar los resultados del polémico acuerdo de paz.

Puedo afirmar, que si el acuerdo de paz se implementa como se hizo en este caso en particular, Colombia tiene futuro. No obstante, si hablamos sobre si estas personas lograron convencer a la audiencia de su reforma absoluta, mi perspectiva queda aún en duda.

Basándome en sus intervenciones personales, pude notar que, para algunos de ellos, este proceso de reincorporación les devolvió la vida y las oportunidades. Aun así, había otros que seguían muy aferrados a sus vidas pasadas ya que hablaban de sus épocas como combatientes con un claro sentimiento de nostalgia.

El mensaje fue ambiguo: por un lado, sabían que este proceso de paz les había devuelto las oportunidades, pero por el otro, no han dejado de creer en los ideales de las FARC y de cierta forma extrañan el tiempo en el que fueron combatientes.

Esto es comprensible, pues su alistamiento a las FARC fue para ellos su única opción en ese momento, puesto que el mensaje recibido por quienes los alentaron a alistarse, era que el gobierno no atendía a las necesidades que pedían. Eso sumado a la situación de pobreza que vivían, hicieron el caldo propicio. Sin embargo, debe quedar claro que: solo porque lo comprenda, no significa que lo comparta totalmente.

Eso sí, dos cosas me quedaron absolutamente claras, y quiero que estas cosas sean las que ustedes, mis lectores, se lleven como mensaje principal; en especial aquellos lectores colombianos, que todavía no han tenido la oportunidad de vivir algo como esto.

La primera, que sí es posible conversar calmadamente, tomarse un café y sonreírle a alguien que piensa radicalmente diferente a uno mismo. En Colombia, creo que este es uno de los retos más grandes que tenemos. Somos un país polarizado, en el que nos dejamos llevar mucho por las opiniones, y es que actualmente, estamos viendo que no podemos convivir en paz porque pensamos diferente.

Al discutir sobre esta charla con algunos de mis conocidos en Colombia, inmediatamente sentí una reacción casi hostil hacia mi relato, pues lo único que podían pensar era: “Lupita estuvo con guerrilleros de las FARC y se dejó contagiar”. Por eso, repito: sí es posible coexistir. Aunque yo pensara diferente a ellos, fui capaz de sentarme, hablar y compartir un instante con ellos.

En segundo lugar, la palabra “Paz” tiene un “no-sé-qué” que, a todos en esa sala, nos llenó de esperanza e incluso, un mínimo grado de empatía.

Cuando discutimos sobre las oportunidades que los acuerdos de paz y la reincorporación que se le han brindado a estas personas, todos nos sentimos conectados. Se veían incluso sonrisas por parte de los que les lanzaron las preguntas más críticas. Puedo decir que todos en esa sala sentimos en algún momento una especie de alivio al ver que sí es posible salir de la violencia y que nuestro país podría tener un gran futuro por delante, si tan solo las cosas se hicieran bien y por el bien de todos; y a pesar de que nos falta bastante para llegar allí, sabemos que hay esperanza.

Habiendo dicho todo esto, puedo concluir que esta experiencia fue muy enriquecedora en términos personales, pero también en términos académicos. Fue una muestra de que efectivamente, la implementación de los acuerdos de paz sigue siendo uno de los más grandes retos que tiene nuestro país. Continúa siendo difícil hablar sobre el proceso, y nuestra nación sigue estando polarizado. La charla fue evidencia de que este acuerdo se firmó contra viento y marea, y que si bien se sienten aires de paz, el compromiso por quienes lo firmaron a veces sigue estando en duda. Creo que sólo el tiempo y un buen líder, le dará a Colombia la confianza y nos unirá a todos para finalmente librarnos de esa sombra de violencia que nos ha perseguido por tantos años.

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