Los peores pronósticos se han cumplido. Esta mañana del 24 de febrero veíamos con auténtico estupor imágenes de misiles rusos atacando objetivos ucranianos sembrando el caos. La guerra había comenzado.
¿Es esto del todo cierto? La realidad es que el conflicto no es ni mucho menos nuevo. La guerra entre ambos países lleva declarada desde 2014, ocho largos años de una “guerra fría” que hoy deja de serlo.
En este punto, la pregunta pertinente es ¿por qué ahora? Una respuesta que los principales medios dejan sin contestar, limitándose a hacer meras descripciones factuales de los hechos, como si una acción militar de esta envergadura pudiera ser achacable a un mero arrebato del presidente Putin.
Para responder a esta pregunta hemos de mirar el panorama internacional con el foco en gran angular, y contextualizar la información de nuestros medios de comunicación en el ámbito de influencia del Bloque Occidental. No es ni mucho menos mi intención la de justificar o legitimar la ofensiva de Rusia sobre Ucrania. Sin embargo, para analizar correctamente este conflicto se deben poner sobre la mesa ciertos factores clave que por el momento están siendo obviados.
Vladimir Putin, en su discurso de esta madrugada, justificaba el ataque apelando al derecho a la legítima defensa recogido en el Art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas, frente a la amenaza proveniente de Ucrania. Sobra decir que una ofensiva militar de carácter preventivo es categóricamente incompatible con la esencia y el propósito del artículo 51.
Pero ¿a qué amenaza está haciendo referencia Putin?
El descenso de la influencia rusa en Ucrania, cada vez más próximo a la UE y con pretensión de entrar en la OTAN, es algo que preocupa, y mucho al Kremlin. En palabras de Putin, la expansión de la OTAN constituye “una amenaza real, no solo para nuestros intereses, sino para la propia existencia de nuestro Estado y su soberanía”.
Tienen motivos para preocuparse; la entrada de Ucrania en la OTAN permitiría el establecimiento de bases y misiles nucleares de alcance directo a Moscú.
La OTAN es vista como un enemigo para Rusia, de hecho, la razón de ser de su existencia fue frenar la expansión e influencia de la URSS. Tanto es así, que, en el proceso de unificación de Alemania, se pactó con Gorbachov que la OTAN no debía de expandirse ni un centímetro hacia el Este. A lo largo de los 30 últimos años se han integrado en la Alianza Atlántica países como Polonia, República Checa, Eslovaquia, Croacia e incluso países fronterizos con Rusia como las Repúblicas Bálticas. Es decir, Rusia ve como Occidente, incumpliendo flagrantemente los compromisos adquiridos, va ganando influencia y estableciendo bases alrededor de su territorio; y si algo ha demostrado Rusia a lo largo de los últimos años, es que antepone la seguridad
En plena escalada de tensión, el Kremlin envió a EE. UU. y la OTAN un proyecto de acuerdo destinado a calmar las aguas en ambos bloques. El proyecto de acuerdo consta de 8 artículos que pueden resumirse en tres propuestas principales.
En primer lugar, la prohibición de los misiles de alcance intermedio en Europa, particularmente en las proximidades de la frontera con Rusia. Así como abstenerse de desplegar armas nucleares fuera de sus territorios nacionales y repatriar a su territorio las que ya tengan desplegadas.
En segundo lugar, una congelación permanente de la expansión de infraestructura militar de la Alianza en antiguos territorios soviéticos. Esta propuesta ha sido acogida con recelo por parte de países como Estonia, Letonia o Lituania que con el precedente de la anexión de la península de Crimea, temen ver su capacidad defensiva mermada ante una posible intentona expansionista rusa.
Por último, el cese formal de la ampliación oriental de la OTAN, algo ya prometido a Rusia en 1990 y deliberadamente incumplido basándose en el principio de soberanía nacional de los países que aspiran a formar parte de la Alianza Atlántica.
Propuestas que hasta cierto punto pueden resultar razonables para apaciguar el conflicto EE.UU. se mostró proclive a negociar, pero Rusia no aceptó ninguna modificación en los términos del acuerdo. En palabras del viceministro de Asuntos Exteriores ruso, “los documentos no son como un menú donde se pueda elegir una cosa u otra, las propuestas se complementan y deben examinarse en conjunto”.
Extinta la vía diplomática, Biden continuó con el envío de tropas de la OTAN al Este en lo que Rusia entendió como una clara amenaza para la seguridad nacional, que respondería haciendo lo propio.
Sin embargo, del mismo movimiento por parte de Rusia y la OTAN la opinión pública extrae conclusiones totalmente opuestas en función del lugar donde lea la noticia, tal como ocurría en los tiempos del telón de acero. ¿No se ha parado a pensar el lector la forma en la que el establecimiento de soldados de la OTAN, en su mayoría norteamericanos, en la frontera con Rusia es visto como un acto de defensa; mientras que cuando el gobierno ruso emplaza militares en su propia frontera se percibe como una maniobra ofensiva? ¿No verán los ciudadanos rusos con el mismo recelo las tropas de la Alianza desplegadas en el Este?
La respuesta es evidentemente afirmativa. Sobre todo, considerando que tanto la OTAN como muchos países occidentales acumulan un historial de violaciones del derecho internacional que dificultan la solidez moral de este argumento usado ahora contra Rusia y han perpetrado acciones que dejan muy en entredicho el carácter meramente defensivo de la OTAN.
Entre los ejemplos citados por el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y el propio Putin; se encuentran los bombardeos contra ciudades de Yugoslavia, la invasión de Irak bajo pretexto de que allí se encontraban armas de destrucción masiva, y posteriormente desmentido. O por último, la invasión de Libia violando una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.
Así es la política internacional, un juego de estrategia donde sólo hay intereses opuestos y donde nada es lo que parece.
Cuestión de perspectiva.