Tener veinte años es un chiste

Latest

“Tener veinte años es sentir que llegas tarde a un sitio, pero no saber cuál” 

La mayoría de nosotros, pese a que pueda parecer lo contrario, no tenemos ni la más mínima idea de lo que queremos ser de mayores. ¿Cuántos de nosotros hemos querido ser futbolistas, bomberos o pilotos? Cuando éramos niños, responder a la pregunta“¿qué quieres ser de mayor?” no suponía gran cosa. Lo teníamos clarísimo. Las opciones eran ilimitadas, y aún así, sabíamos a lo que queríamos dedicarnos. Al ir creciendo, fuimos poniéndole filtro a la amplísima selección de alternativas que podrían definir nuestro futuro. De bomberos pasamos a arquitectos o ingenieros, y de futbolistas a profesores o escritores. Nuestras preferencias iban acomodándose a un sistema en el que se esperaba algo de nosotros.

Lo cierto es que, al ingresar a la universidad, parece que las opciones se vuelven cada vez más amplias. Dentro de un mismo campo, las posibilidades parecen interminables. Paradójicamente, nos corresponde tener una respuesta coherente y meditada cuando, a los veinte años, nos preguntan a qué nos queremos dedicar en el futuro. Muchos de nosotros nos sentimos incluso frustrados, no sólo por no tener una respuesta clara a esa pregunta, sino también por sentir que nos estamos quedando atrás. Esto sucede especialmente cuando varios compañeros de clase, además de disfrutar extraordinariamente la carrera que están estudiando, han podido realizar con éxito numerosas prácticas en el extranjero en empresas prestigiosas, mientras que uno ni siquiera tiene decidida su próxima comida. 

La realidad es que rodearse de este tipo de personas es tan enriquecedor como frustrante. Tienen muchísimo que aportar a nivel tanto intelectual como de organización. Sin embargo, uno no puede lograr comprender cómo, con veinte años, alguien pueda tener claro a lo que se quiere dedicar, su posición política, sus intereses académicos, y además goce de un grupo de amigos consolidado y unos hobbies definidos. Uno más bien diría que este tipo de personas no son humanas, pues sus vidas están tan alineadas y son tan horizontales que, a su lado, la de uno parece tan banal que da risa. ¿Pero por qué esta impaciencia por querer tenerlo todo resuelto a tan temprana edad? ¿Son imposiciones sociales, familiares o es una simple cuestión de autoexigencia personal? 

El profesor Martinez Tapia nos introdujo en una de sus fascinantes clases el concepto de “anomia”. En la esfera de la sociología, Durkheim desarrolla este concepto describiéndolo como “la ausencia permanente de normas”. A lo que se refiere con dicha ausencia es a la falta de unas reglas impuestas por una entidad mayor, que marquen un sentido unidireccional a nuestras vidas. Una dirección establecida regida por unos valores y normas impuestos que como sociedad, debemos seguir. Si estas normas no están impuestas, ni por el Estado ni por nuestras familias, no hay unas directrices ni patrones a los que podamos adherirnos. Y en consecuencia, desarrollamos unas propias. 

Al alejarnos de la unidireccionalidad, pensamos, valoramos un abanico de opciones propias o impuestas por otros grupos o entidades, desarrollamos ideas propias. A menudo, esto provoca que nos sintamos perdidos. Nos emerge el sentimiento de no pertenecer, de no formar parte de la sociedad,  de no estar en el lugar correcto. Este concepto se puede aplicar a la situación descrita al comienzo del artículo. Pese a que podamos pensar que la decisión sobre nuestro futuro recae completamente en nuestras manos, lo cierto es que siempre ha habido una entidad mayor que ha ido moldeando cómo debemos vivir nuestras vidas. “Ve a la universidad”, “saca buenas notas”, “ten muchos amigos”, “sal de fiesta”, “haz deporte”. Todas estas imposiciones provocan que una vez tengamos la libertad en nuestras manos, no sepamos qué hacer con ella. Y que, además, nos sintamos unos fracasados al darnos cuenta de que muchas de ellas, más bien todas, están en desorden. 

En realidad, no existe fórmula alguna para ponerle fin a este caos psicológico. Se nos ha ido preparando para lograr el mayor éxito posible, tanto a nivel laboral como social o de comodidad. Es por eso que, al crecer, el autoconocimiento y la exploración van definiendo todas esas incertidumbres que se nos van planteando. La introspección es un proceso continuo y de por vida. Uno no deja de conocerse nunca. Va definiendo sus gustos, aficiones, amistades, etc. Es por eso que el pensar en tener todas esas cosas claras a los veinte es una utopía. 

“Tener veinte años es sentir que llegas tarde a un sitio, pero no saber cúal” es una frase que se ha ido viendo últimamente de manera regular en las redes sociales. Muchos jóvenes nos sentimos desorientados en lo que al futuro se refiere. Y si hay un consejo que puede resultar útil para muchos a la hora de afrontar la situación es el siguiente: la vida es una maratón, no una carrera de fondo. Por eso, aunque pueda sonar algo “cliché”, uno ha de saber disfrutar del proceso. Se ha de abrazar el cambio, abordar la diversidad de caminos, autoconocerse, pero sobre todo, no tener prisa cuando se trata de formarse como persona. Si tenemos todo claro a los veinte, ¿qué sentido tiene el viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal que es la vida?

More from Author

Related

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here