El traje del emperador del campus de Segovia
Cualquier estudiante de nuestra universidad que haya tenido el privilegio de estudiar en el campus de Segovia conocerá de primer mano la gran diferencia que hay entre nuestros compañeros y los habitantes de Segovia, en especial sus jóvenes, pues por unas u otras razones, los estudiantes de la IE nunca han conseguido integrarse al estilo de vida de la villa y siempre acaban siendo los protagonistas de algún que otro dilema año tras año.
Vivir esta realidad, siendo española de una ciudad similar a Segovia en tamaño y valores, me hizo sentirme como una extraña en mi propio ambiente. Al leer el escandaloso titular “Varios policías heridos en una fiesta en un piso de alumnos IE” (El Día de Segovia) de una de las noticias publicadas en uno de los periódicos locales de Segovia, no pude sino preguntarme: ¿es el motivo de esta noticia realmente informar sobre un hecho de tal gravedad o indirectamente un argumento más que justifica el rechazo a un colectivo que no consigue adaptarse por más años que pasen?
Un comportamiento vergonzoso y reprensible que da otra razón a la población para aumentar la separación entre las dos caras de la ciudad. Esto me lleva a cuestionarme, ¿es la diferencia cultural realmente tan grande como para hacer la convivencia intolerable? ¿Cómo una universidad que farda de diversidad y de mentalidad abierta no ha sido capaz de busca un equilibrio para un tema tan importante?
Bien sea por los vecinos del centro y su incompatibilidad con los horarios de los recién llegados, o por su estilo de vida más tranquilo, la convivencia con los adultos de Segovia no es un punto a favor para la universidad. La presencia de esta discriminación ha llegado a los periódicos más de una vez con titulares como “Merino pide «no estigmatizar ni criminalizar» a los estudiantes de IE University” (El Norte de Castilla). El partido podemita también publica una moción con un análisis más exhaustivo donde se mencionan puntos clave como la dificultad de vivir en el recinto amurallado de la ciudad, la segregación natural de los estudiantes y los efectos socioeconómicos que esto provoca: “sus hábitos de consumo y de ocio, tienen un indiscutible efecto distorsionador tanto en el precio de la vida de esta zona de la ciudad como en la convivencia vecinal” (El Día de Segovia). El envejecimiento de la población, especialmente en Castilla y León no apoya ni facilita la incorporación de proyectos de rejuvenecimiento como estos. No podemos esperar que los mayores de Segovia cambien su estilo de vida, ni que los jóvenes lo hagan, sino encontrar un punto medio que beneficie a todos y promueva la convivencia pacífica.
Los estudiantes, sin embargo, siendo los precursores de las disputas, sufren el efecto en menor medida, aunque no por ello se ven menos afectados. El alquiler, la escasez de actividades o establecimientos nuevos, e incluso la misma tranquilidad que a tantos atrae, son varios de los puntos que suelen ser más criticados. Una oportunidad que, teniendo en cuenta el estatus económico medio del estudiante de la IE, serviría de catalizador para un crecimiento exponencial de la ciudad. Sin embargo, una comunidad tan rica en experiencias fuera de su zona de confort impone a Segovia unas expectativas sobre cómo es la vida estudiantil que pueden resultar un tanto difícil de manejar y por ello es la responsabilidad de la misma universidad apoyar a sus alumnos y encontrar el equilibrio entre los ciudadanos y los estudiantes.
No podemos esperar que ninguna de las partes ceda y por ello, en forma de propuesta de varios alumnos, se ha sugerido la creación de edificios universitarios: espacios donde los estudiantes puedan disfrutar de sus años en la ciudad sin interferir en las horas de sueño de los habitantes del centro. Espacios distintos a residencias estudiantiles, donde la convivencia sería independiente y el alquiler podría estar acorde a los servicios propuestos. Un mercado que regularía el aumento de precios de inmuebles en el centro de la ciudad y podría crear un nuevo nicho de mercado. Podría explorarse como opción, aunque tenga muchas fallas e interfiera con la fuente de ingresos de los propietarios que alquilan a nuestros estudiantes.
La gran mayoría de estudiantes, donde me incluyo, recuerdan Segovia como una de las etapas más bonitas y significativas de su vida estudiantil, y no es justo que estos recuerdos se creen a causa de noches en vela de sus habitantes. Aunque los problemas de integración de los estudiantes no solo se reduzcan a la disputa nocturna y quizá la idea de la IE y Segovia en armonía sea una utopía, no es menos motivación para seguir intentando que así sea. Puede que los dos lados de la ecuación carezcan de ganas y necesidad de relacionarse con la otra parte, pero una convivencia en paz y lo más prospera posible es lo menos que podemos esperar.