¿Qué harías con tu último día de vida?

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Seguro que alguna vez has escuchado la expresión “vive cada día como si fuese el último”. Esta es una frase con un mensaje muy valioso, pero tiende a ser malinterpretada. A menudo, cuando escucho a alguien utilizarla es para justificar el deseo de querer hacer alguna locura, y soy de la opinión de que algo de locura en la vida es buena, pero eso no es a lo que se refiere esta frase. Uno no puede someterse constantemente, día tras día, a experiencias altamente estimulantes o extremas. Es un enfoque poco realista: primero, porque ignora completamente la existencia de las responsabilidades y, segundo, porque una vida así no es sostenible para el cuerpo y la mente. Hay que aspirar a tener una vida que sea más que un ciclo de saltos en paracaídas, parques de atracciones y fiestas que duren toda la noche. Solo así podemos extraer la lección que buscamos de estas palabras.

Otra interpretación de esta frase podría ser la de dedicarse siempre a lo que a uno le hace sentir bien. ¿Para qué perder tu tiempo limitado en cosas que no te gustan o te hacen sentir mal? Esta perspectiva es algo más acertada que la anterior. Nos sugiere que invirtamos nuestra vida, en la medida de lo posible, a pasar el tiempo con personas agradables, a quedarnos únicamente con las cosas y lugares que nos agraden y tratar de evitar siempre lo incómodo, lo doloroso o lo difícil. Suena genial, pero sigue siendo una perspectiva irrealista. La vida no siempre va a ser fácil. Hay una infinidad de cosas que están fuera de nuestro control y cuanto más nos obsesionamos por controlarlas, más desgraciados nos volvemos. Solo hay una cosa en el mundo que siempre vamos a poder cambiar a voluntad y acorde a nuestra necesidad: nosotros mismos. La necesidad de cambiar viene de las adversidades que enfrentamos. Los retos y los fallos son necesarios para impulsarnos a crecer. La evolución no deja de ser, en todos sus sentidos, un proceso de prueba y error. Los que dediquen sus esfuerzos a resguardarse siempre del malestar no serán capaces de ser felices cuando la vida no vaya como ellos quieren (o sea, casi todo el tiempo) y vivirán siempre con decepciones. 

Finalmente, toca plantearse esta frase de otra forma. Yo creo que para “vivir cada día como si fuese el último”, hay que entender que ni siquiera en nuestro último día, al igual que en todos los anteriores desde el primero, vamos a tener autoridad sobre lo que ocurre y lo que no. Podemos tener intenciones y con buenos planes es más probable que lo que queremos se  cumpla, pero nunca vamos a tener autoridad para dictar lo que nos depara el futuro. La vida va a ser feliz, triste, agradable, cruel, tranquila, estresante, y, a pesar de todo, siempre puede ser bella. Lo importante es cumplir las necesidades básicas de las que dependemos y garantizar que nuestra seguridad física y mental no sufran en exceso. En una entrevista, el difunto escritor Antonio Gala llamó al sufrimiento la “comida del alma”, que necesitamos en cantidad moderada para que nuestro estómago no se achique y recalcando la importancia de su buena digestión para hacernos crecer. “Vivir cada día como el último” significa sentir todo, lo bueno y lo malo, como si fuese la última vez. Hay que disfrutar de las risas y agradecer las lágrimas porque son síntoma de que hemos amado o algo nos ha importado. Eso es lo que yo trataría de hacer con mi último día de vida y, a poder ser, con todos. 

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