El pasado 20 de enero, Donald Trump tomó posesión como cuadragésimo séptimo Presidente de los Estados Unidos de América. Nada más iniciar su segundo mandato, Trump anunció la implementación de una batería de medidas, como un mayor control de las fronteras, aranceles a múltiples países y la retirada de la primera potencia mundial de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La legislatura del magnate estadounidense promete grandes cambios (y convulsiones) a nivel internacional.
Transaccional es el término que mejor describe la política exterior de Donald Trump, marcada por matices tanto aislacionistas como expansionistas. El concepto de transaccionalidad hace referencia al establecimiento de acuerdos que beneficien y compensen apropiadamente al actor involucrado, en este caso, EE.UU. Trump sostiene que la actuación intervencionista de las Administraciones Obama y Biden ha debilitado la economía y abandonado a sus ciudadanos al centrarse excesivamente en otros países. Ya en 2016, Trump aseguró que sólo llegaría a acuerdos que permitieran a EE.UU. controlar sus asuntos. Es decir, aquellos acuerdos que contribuyan al beneficio e interés propio de Estados Unidos y que lo compensen adecuadamente por su ayuda. Esta visión es la base del movimiento MAGA (Make America Great Again), la corriente popularizada por Donald Trump.
Su estrategia incluye tendencias aislacionistas: escepticismo ante alianzas multilaterales que “atan y hunden a América”, proteccionismo y rescisión de tratados comerciales, y la retirada de acuerdos internacionales como el Acuerdo de París. Este último es entendido por Trump como un acuerdo que perjudica a EE.UU y otorga una ventaja financiera a China e India. En resumen, la política exterior de Trump se define en términos económicos y persiste en la narrativa de “America First.”
En cuanto a la inclinación expansionista, Trump se aleja de la propuesta tradicional. En lugar de tratar de expandir los valores de la democracia liberal de Occidente, la Administración asegura que “no pretende imponer su modo de vida a nadie”. En cambio, el objetivo es expandir el poder de Estados Unidos con respecto a sus rivales (principalmente China) a través de transacciones que prioricen sus intereses, sin otorgar demasiada importancia a cuestiones más allá de lo económico.
En su nuevo mandato, el Presidente es consistente con el carácter transaccional de su política exterior. Trump ha amenazado en repetidas ocasiones con retirar el apoyo a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) si estos no aumentan su contribución económica. Asimismo, Trump busca fortalecer relaciones con sus aliados tradicionales, como Israel y Marruecos. Por otro lado, su intención de anexionar Groenlandia y el Canal de Panamá a Estados Unidos muestra, una vez más, la actitud transaccional. El magnate entiende que la situación actual no beneficia al país y sugiere un cambio, alegando necesidades económicas y de seguridad nacional, en forma de obtención de rutas comerciales y recursos estratégicos.
Otro ejemplo reciente es el encuentro con el Presidente de Ucrania el pasado 28 de febrero. En una discusión sin precedentes en el ámbito diplomático, Trump increpó a Zelenski estar “jugando con la Tercera Guerra Mundial”. El Presidente estadounidense insistió en el papel crucial de EE.UU. en la resolución del conflicto, siempre poniendo el foco en los intereses de su país. Este individualismo y transaccionalidad son patentes en la reducción del apoyo incondicional a Ucrania. El giro estratégico se observa en el restablecimiento de relaciones entre EE.UU. y Rusia y en una perspectiva utilitarista de implementación de la paz sin prestar demasiada atención al posible impacto para Ucrania. De hecho, tras el encuentro, Trump declaró en la red social X que Zelenski “ha faltado al respeto a los Estados Unidos de América en su preciado Despacho Oval. Puede volver cuando esté listo para la paz”.
En definitiva, la política exterior de Donald Trump se rige por un enfoque transaccional que busca reforzar la posición global de Estados Unidos. Para ello, prioriza los intereses del país y exige una compensación proporcional a su asistencia. Ante el éxito de esta narrativa, líderes de todo el mundo tratan de emularla para alcanzar el poder, ensalzando el nacionalismo frente al multilateralismo. La legislatura actual de Trump augura una mayor fragmentación del orden internacional. Sin embargo, habrá que esperar meses (y años) para ver si la estrategia de Trump realmente logra fortalecer la posición de Estados Unidos, especialmente en el ámbito económico, o si, por el contrario, terminará debilitando su influencia global.
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